domingo, 11 de septiembre de 2011

Multitudinaria despedida a los cuatro golfistas que murieron en Pergamino.


El minigimnasio del Club Atlético Estudiantes estaba anoche teñido de un dolor que se multiplicaba de a cientos. De a poco iban llegando hombres, mujeres pero sobre todo una enorme cantidad de adolescentes y jóvenes que, mayoritariamente, estaban hundidos en la desazón pero sobre todo en la consternación. Y en la necesidad de comprender ese tipo de historias que siempre resultan incomprensibles. Los cuatro féretros de los golfistas fallecidos en un fatal accidente ocurrido en las últimas horas de la tarde del domingo a 400 km de distancia de su ciudad eran el testimonio más real y contundente.
Mientras tanto, en Pergamino, ajena a todas esas vivencias, la fiscal Patricia Fernández hacía efectiva la detención del conductor de la Rastrojero roja imputada por el delito de quíntuple homicidio culposo agravado y lesiones culposas agravadas. El estricto secreto de sumario ordenado por la funcionaria impedía conocer el exacto lugar de la detención. Sólo datos que iban emergiendo con cuentagotas según el interlocutor de turno en aquella ciudad. Uno de esos datos no es, sin embargo, menor. La ruta que une Pergamino con Rosario, a la altura del tramo que va a la pequeña localidad llamada Manuel Ocampo, tiene vastos antecedentes de graves accidentes viales. El teniente principal Vitullo, jefe de la Patrulla Rural de Pergamino describía que "es una ruta en la que, cuando llueve, se suele juntar mucha agua. Y los autoss se tornan incontrolables. Pero no estaba lloviendo en ese momento. No había agua acumulada sobre la ruta". 


Lejos, muy lejos de todos esos trámites y movimientos del aparato de la Justicia, estaba el dolor en la ciudad. La ciudad, desde cada una de sus instituciones, fue haciéndose solidaria con la tragedia y suspendiendo una tras otras las actividades organizadas de cara a los 200 años de la Revolución de Mayo.
Los playones del Club Estudiantes, en tanto, en donde se concretó el velatorio de las cuatro víctimas, estaban repletos de automóviles que ocupaban todo el ingreso y cada mínimo lugar del estacionamiento que quedara disponible. Asemejaba a una de esas noches en que se juega el clásico de básquet sólo que anoche no había juego alguno. Los cuerpos del entrenador de golf Marcelo Miguel de 39 años, de los hermanos Agustina y Francisco Incaurgarat de 18 y 16 años, y de Francisco Gosende de 17 eran la evidencia.
El llanto de los afectos resonaba por el eco de la estructura del minigimnasio. Los abrazos se sucedían y la llegada de chicos compañeros de la vida o de la escuela de Agustina, de su hermano o de Francisco Gosende era una constante. Hay edades en que la muerte no se comprende ni tiene explicación. El futuro es una realidad que no se cuestiona y la muerte es siempre la de otros. 


Un grupito de pibes sentados en los veredones y abrazados a sus propias rodillas eran una pincelada de lo que se vivía puertas adentro.
Agustina Incaurgarat ocupaba el tercer puesto del ranking argentino de golf en su categoría y ya había representado al país en torneos internacionales, también se había destacado en torneos de equitación. Su hermano y Francisco Gosende eran considerados dos de las promesas más firmes del golf local. 

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